30.5.10

Tierra Adentro / El Huerco del Arte Huerco/ Eloy Tarcisio No. 136, oct y nov 2005





En la historia del arte, los artistas han preferido no definir su obra, trabajan con su intención y sus impulsos creativos con la finalidad de darse a entender en un lenguaje universal. Hoy en día las fronteras entre ismos, corrientes artísticas y medios se han desvanecido al esculpir o dibujar, al hacer fotografía, instalación, multimedia, performance, o al diseñar su propia idea de arte.

Ricardo se relaciona con dos mundos: la pintura y la música. Pinta y canta, y lo hace con la materia de su vida, de su infancia y su juventud permeadas por las calles de su natal Tampico (1974), por sus andares con los choferes del negocio de su padre, ayudaba a entregar muebles en colonias de diferentes estratos sociales, oyendo quizá “Radio ranchito” y viendo cómo viste, cómo se desenvuelve, cómo vive la gente. Quedaron en su memoria las pláticas con el hijo del trailero, con el hijo del empresario, con los amigos de la cuadra así como las fiestas de los pueblos donde hay gusto por la cumbia y la música norteña, el bigote en los hombres como sinónimo de hombría, las noticias acerca de los inmigrantes que van al Norte en busca de mejores condiciones de vida.

En la frontera más conflictiva del mundo, Ricardo nos traza en su pintura una idea de lo que es el norte de México. Ricardo vive la realidad de su estado fronterizo, así nacen sus retratos de personajes que deambulan en las ciudades, que cruzan o se quedan. Se interesa por lo “feo”, lo “naco”, la “fealdad” como lo otro, tiene el gusto de lo “risible” en los otros que tienen en su cotidiano una forma diferente de ver y de vivir.

El arte contemporáneo está en un periodo de revisión y el artista necesita concentrarse en lo que quiere decir, y no en lo que los demás quieren ver de él; las diferentes corrientes están interesadas en complacer y decorar, en adornar espacios de museos y muros de galerías, en confrontar sus inquietudes para ser captados por curadores y compradores, olvidando el sentido de comunicar, de decir, de cuestionar.


Viajero incansable, siempre moviéndose entre México, D.F., Tampico, Monterrey, Laredo, Culiacán, Ricardo canta, ensaya, investiga, pinta, hace escultura; da siempre algo de sí mismo. Alumno de La Esmeralda (1991-1996) y más tarde en el posgrado en artes visuales en la Academia de San Carlos (2002-2004), también estudió bel canto y, como barítono, ofrece recitales aquí y allá.


Para él está viva la música popular y las películas de los cines populares como Santo contra las mujeres vampiro, con sus héroes nacionalistas, las presencias noticiosas, el Chapo Guzmán, el Güero Palma, los Arellano Félix, Osiel Cárdenas, el Señor de los Cielos, los Zetas, el nuevo santo Jesús Malverde, y la cultura de los hermanos Almada, los narcorridos, Selena, el romance fronterizo, Sergio y Gloria. Todo eso y mas se convierte en parte de su pintura, le ofrece una noción de vida y le hace pensar en el otro como alimento e ideas. Así, pinta lo que para él es lo “naco” y su obra se llena de contenido.



En reciente viaje que realicé con mi familia a Texas, manejando del Distrito Federal en la ruta a Nuevo Laredo y después a San Antonio, ya por la frontera, vino a mi memoria, al ver a los polleros y a los traficantes en las terminales de autobuses y a la salida del aeropuerto, el recuerdo y las noticias de los muertos por gavilleros, las venganzas y rencillas, la lucha por los territorios, los ajustes de cuentas, la violencia, los valores diferentes de los que conocemos —la familia, la amistad, los hermanos, la sangre, los amantes, el cabaret, el pisteo, las bucanas, la música norteña—, un mundo donde los valores se miden con una “cuerno de chivo”, una 45 milímetros o una mujer entre las piernas.

Me extraña no ver a Ricardo frente a un mariachi. ¿Cómo ligar su preocupación por una temática popular en la pintura y el ejercicio entusiasta del bel canto? Quizá sea cosa de reinventar la música en relación con su pintura, o de cantar las tragedias como corridos acompañado por una orquesta, o de pintar en su taller las otras tragedias que quizá son las mismas. Para el caso, pintar y cantar le permite expresar su interés por la tragedia del hombre envuelto en sus excesos. Ese podría ser el sentido que nos ilustra este huerco en su obra de arte huerco. Al margen de que lo censuren o lo elogien, su obra señalará una dura realidad que vivimos.

Eloy Tarcisio
Chimalistac, 29 de abril de 2005
Publicación Revista TIERRA ADENTRO
Num. 136, Octubre / Noviembre 2005

Tabajos del Reino-Yuri Herrera-CONACULTA/CECUT




16.5.10

Del Crimen a la Creaciòn -OCUPA EL NARCO MOTIVOS DEL ARTE-




De las noticias, saltó al cine y la literatura, pero hoy es "protagonista" en teatro, danza y plástica. Es el narcotráfico, elemento que los creadores transforman en arte de denuncia



Por Silvia Isabel Gámez

Ciudad de México (16 mayo 2010).-
El narcotráfico, un tema presente desde hace años en los corridos y la literatura, se extiende ahora a otros espacios del arte: se vuelve obra de teatro, pieza coreográfica o materia de instalaciones.

"Está en el aire. Es una asignatura pendiente, y lo que hace el arte es eso, hablar de nuestros problemas", dice Mario Espinosa, quien recientemente dirigió la ópera Únicamente la Verdad, basada en el mito de Camelia la Texana.

En tanto, Emmanuel Morales presenta, en la Casa del Lago, una historia no muy lejana a las disputas entre cárteles: la versión contemporánea de "La Orestiada", basada en el clásico griego escrito por Esquilo.

Otros siguen el mismo rumbo en el teatro: el chihuahuense Antonio Zúñiga, con Rompe-cabeza, tomó el caso de las cinco cabezas humanas lanzadas a una pista de baile de Uruapan en 2006, y el morelense Alejandro Román lo hizo con "Malverde. El santo de todos".

En la plástica, la artista Rosa María Robles también ha caído en sus "redes" con la exposición Navajas. Con instalaciones, videos y fotografías desea mostrar la violencia que hay en Sinaloa.

En el imaginario social, boxeo y futbol, que antes ofrecían el sueño de una vida mejor, han sido sustituidos por el narcotráfico, dijo José Manuel Valenzuela, investigador de El Colegio de la Frontera Norte.

Las historias que surgen del narco aportan significado, tienen sentido, afirmó.

"Nos dicen mucho sobre el país que estamos construyendo", señaló.

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El narco irrumpe en la ópera "Únicamente la verdad" de forma dolorosa. Una ejecución en escena, sin música; sólo el sonido de las balas. El director Mario Espinosa recuerda la salva de aplausos final: "El público sintió una especie de identificación, de reconocimiento de algo que estamos viviendo".

El FMX-Festival de México sorprendió en su inauguración, el 11 de marzo, con una ópera de la compositora Gabriela Ortiz sobre el mito de Camelia la Texana, una leyenda vigente según Alonso Escalante, director de la Compañía Nacional de Ópera del INBA.

"Remite a un tema que está en las noticias de todos los días. Abordarlo es darle la cara, confrontarlo, generar una reflexión y suscitar el debate", señala el funcionario.

El narcotráfico, un tema presente desde hace años en los corridos y la literatura, se extiende a otros espacios del arte. Ocupa la primera plana de los periódicos, y desde ahí se vuelve obra de teatro, pieza coreográfica, e incluso materia de instalaciones.

Una realidad que se impone a los creadores, y que ellos transforman para convertirla en denuncia.

"Está en el aire", dice Espinosa. "Es una asignatura pendiente, y lo que hace el arte es eso, hablar de nuestros problemas".


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En junio de 2007, la artista plástica Rosa María Robles inauguró en el Museo de Arte de Sinaloa Navajas, una serie de piezas e instalaciones hechas con materiales reciclables, de desecho y de uso cotidiano.

"Yo no me planteé crear Navajas, fue surgiendo. Mucha gente en Culiacán tenemos familiares o amigos asesinados por los narcos. Se volvió un tema cotidiano que me llegó a hartar, a asquear, hasta que empecé a crear obras", cuenta Robles.

En la instalación Alfombra roja, una sucesión de cobijas cubría, como una larga alfombra, el piso del museo. Las últimas ocho cobijas, que realmente habían envuelto el cuerpo de ejecutados, fueron decomisadas por la Procuraduría de Justicia estatal como evidencia de crímenes relacionados con el narcotráfico.

"Nunca supimos si las quemaron o las tiraron", dice.

Robles inaugurará el 17 de septiembre "Navajas" en el Centro de Arte Contemporáneo Wilfredo Lam, en La Habana, y confía en poder reconstruir "Alfombra roja" para esa fecha.

"Yo traduzco con un lenguaje directo, muy crudo, con instalaciones de objetos, videos y fotografías, la violencia que hay en Sinaloa", explica. "Busco poner el dedo en la llaga. Mi obra es de denuncia, luego viene la reflexión".

En junio de 2009, Teresa Margolles, también artista plástica y culichi, llevó al Pabellón de México en la 53 Bienal de Venecia "¿De qué otra cosa podríamos hablar?", con la curaduría de Cuauhtémoc Medina. Una serie de acciones que incluía una instalación de narcomensajes escritos con hilo de oro sobre telas ensangrentadas colgadas de las paredes del Palazzo Rota Ivancich, piezas de joyería donde las piedras preciosas eran fragmentos de vidrio recogidos en el escenario de crímenes, y la distribución de 10 mil tarjetas para picar cocaína con la fotografía de una persona asesinada por vínculos con el crimen organizado.

"Creo que Margolles dio en el clavo", dice Medina. "Había que decirle a la sociedad y a los gobernantes: ¿de qué otra cosa podemos hablar?".
De los crímenes del narcotráfico, de la violencia y el dolor. Un tema incómodo para el Presidente Felipe Calderón. Y también para su gabinete diplomático, que quería "absurda e ineficazmente" borrar las huellas de lo que pasaba en el País, asegura el curador.

Hubo intentos por frenar la obra, afirma, pero se impuso la decisión del comité de expertos.

El proyecto fue convocado inicialmente por la SRE, la Fundación Jumex, el Conaculta, la UNAM y el Patronato de Arte Contemporáneo. Al final, los dos primeros se retiraron, recuerda Medina.

El tamaulipeco Ricardo Delgado Herbert lleva una década explorando la estética del narco.

"Pienso que un pintor debe ser un cronista de su tiempo. No pinto narcos porque estén de moda".

Por considerarla una apología de los criminales, el Museo de Arte Contemporáneo de Matamoros se negó en 2005 a exponer Glorious Pistols: de la A a la Zeta, una semana antes de la inauguración. Pero lo que hay en sus retratos de narcos, sostiene Delgado Herbert, no es admiración, sino sarcasmo y enojo.

"Son como monstruos de los que me burlo, como si hiciera justicia sin matarlos. En lugar de eso los expongo al público, para que los vean y los juzguen".

Y anuncia desde ahora una serie "apocalíptica": La Pasión según arte huerco, donde los narcos ya no están solos, sino rodeados de familias y militares. Han tomado las calles, como en la vida real.

El narcotráfico puede también adquirir en el teatro texturas épicas. Para Emmanuel Morales, la tragedia de La Orestiada de Esquilo no es muy lejana a las disputas entre cárteles. Es por eso que este director y actor de 28 años imagina a Argos como la Ciudad de México, y a Agamenón como el gran capo.

En la Casa del Lago se presenta esta "historia de familia" contada con los versos del clásico griego que, según Morales, podría leerse cualquier día en los periódicos.

"Decidí contextualizar La Orestiada en el mundo del narco porque ésta es la época en la que vivo, el país donde vivo, y la obra refleja esa violencia".

Desde que el sinaloense Óscar Liera siguiera los pasos del santo laico Jesús Malverde en El jinete de la divina providencia y el chihuahuense Víctor Hugo Rascón Banda mostrara en Contrabando los estragos del narcotráfico en una historia protagonizada por mujeres, más dramaturgos han explorado el tema.

Destacan el sonorense Cutberto López con Yamaha 300, una obra "negra" que transcurre en las aguas de Puerto Peñasco; el también chihuahuense Antonio Zúñiga con Rompe-cabeza, que remite en su título a las cinco cabezas humanas lanzadas a una pista de baile de Uruapan en 2006, y el morelense Alejandro Román con piezas como Malverde. El santo de todos los narcos, donde un capo, un sicario y un jefe de policía ajustan cuentas en su capilla, y La paz violenta, que humaniza con un lenguaje de "aliento lírico" el horror del narco.

"¿Teresita Mendoza? Yo la conocí muy bien", le dijeron alguna vez a Arturo Pérez-Reverte en una calle de Culiacán. Supo así que La Reina del Sur comenzaba a ser leyenda.

En 2002, el año en que se publicó, la novela del escritor español vendió casi 400 mil ejemplares en España y América. Y su fama se extendió al ritmo del corrido que Los Tigres del Norte compusieron a su protagonista.

A La Mexicana, jefa indiscutible de su cártel, aún no hay otro personaje femenino que le haga sombra: Telemundo y Antena 3 se preparan para filmar su historia. En julio comienzan las grabaciones de La Reina del Sur, una serie de 13 capítulos para el público español, y 60 para el americano.

En su más reciente novela, Adán en Edén, Carlos Fuentes imagina un país regido por el narcotráfico, donde ni la policía ni el ejército son confiables, y es un comando extranjero, convocado por el poderoso empresario Adán Gorozpe, el que viene a poner orden.

Una solución extrema que termina con las bandas de criminales. Una narración vertiginosa que se concreta en menos de 200 páginas.

Si la realidad cambia, atravesada por el narcotráfico y la violencia, debe ser otra la forma de narrarla, considera Rogelio Guedea, autor de Conducir un tráiler y 41. Para el ganador de premios como el Adonais de poesía y el Memorial Silverio Cañada de novela, ambos en España, la depuración de la frase, la descripción concisa, la velocidad de la acción, son retos estilísticos.

"Lo que hay (en mis novelas) es una mirada que intenta retratar las aciagas consecuencias de este business: corrupción, marginalidad, degradación moral y física, miseria", afirma desde Nueva Zelanda, donde reside.

Porque el narcotráfico no se limita a un asunto de capos y drogas. Queda claro en la crónica de Juan Villoro La alfombra roja, el imperio del narcoterrorismo, galardonada este año con el Premio Iberoamericano de Periodismo Rey de España, que explora los efectos del narco en la política y la cultura en el marco de la violencia generada por la lucha contra las drogas.

La estética del narco impacta, afirma el escritor Élmer Mendoza. En cualquiera de sus manifestaciones es posible identificar un "ritmo narrativo dinámico".

"La fascinación resulta inevitable", dice. "¿Quiénes son esos tipos a los que les declaran una guerra estúpida que no sirve para nada y continúan viviendo a su aire? Un sueño de tantos".

De manera frontal o marginal, en los escritores del norte el narco está presente. En Sinaloa radican Mendoza, creador de novelas como La amante de Janis Joplin y Balas de plata (Premio Tusquets 2008), y Juan José Rodríguez, autor de Mi nombre es Casablanca. De Tijuana es Luis Humberto Crosthwaite, Gabriel Trujillo Muñoz vive en Mexicali, y Eduardo Antonio Parra se crió en Nuevo Laredo. Y la lista sigue.

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Los protagonistas de los narcocorridos son hombres valientes, aventureros y generosos, que se mueven en ambientes lujosos y festivos. Juan Carlos Ramírez-Pimienta, investigador de la San Diego State University, campus Imperial Valley, advierte una coincidencia entre el resurgimiento del corrido épico y la actual guerra contra el narcotráfico.

"Hace cinco años, predominaban los corridos que hablaban de fiestas y borracheras. Ahora, temas como El bazucazo (de El Tigrillo Palma, donde unos narcotraficantes vencen en un enfrentamiento a la policía) son inmensamente populares", señala.

Los intentos prohibicionistas del Estado no terminan, pero "ni en tiempos del PRI" el control ha sido total, dice Ramírez-Pimienta.

Los Tigres del Norte, sus mayores intérpretes, no han salido ilesos. Ya su Crónica de un cambio, crítica con el sexenio de Vicente Fox, fue vetada en 2002, y apenas el pasado octubre rechazaron presentarse en la entrega de Las Lunas del Auditorio porque se les pidió no cantar La granja, tema que alude en clave orwelliana a la lucha contra el narco.

Los Tucanes de Tijuana provocaron el enojo de sus paisanos cuando en noviembre subieron a Youtube la canción El más bravo de los bravos, con dedicatoria al narcotraficante Raydel López, "El Muletas", teniendo como consecuencia que el Secretario de Seguridad Pública de Tijuana, Julián Leyzaola, ordenara una investigación en su contra.

"El Rey del Acordeón", Ramón Ayala, fue detenido la madrugada del 11 de diciembre en Cuernavaca, durante una narcoposada organizada por el fallecido capo Arturo Beltrán Leyva. Arraigado por presuntos vínculos con el cártel, la PGR lo liberó el 23 de diciembre debido a su "estado crítico" de salud. Ya inició una gira por Estados Unidos.

En el género del narcocorrido, a figuras reconocidas como Larry Hernández y El Compa Chuy se suman nuevas voces como El Komander, Los Buitres de Culiacán y La Banda Guasaveña, representados por La Disco Music, con sedes en California y Sinaloa.

Desde Culiacán, Iván Páez, miembro de la productora, cuenta que son jóvenes menores de 25 años quienes acuden a sus conciertos y se emocionan al escuchar al Komander cantar temas como El abogado del diablo: "Nacido en Sinaloa, donde se aprende a matar,/ traigo sangre de combate y la orden de ejecutar...".

"Estas canciones como que les levantan el ego", dice Páez, de 22 años, "piensan que ellos también pueden llegar a...". Y abre una pausa larga. De acuerdo con los videos de La Disco Music, el éxito es sinónimo de billetes, armas, trocas, Buchanan's y mujeres.

En las composiciones, reconoce Páez, se evitan las alusiones personales, porque "a quién le va a gustar que lo ofendan o le falten al respeto". Pero la realidad, cada vez más sangrienta, se refleja en las letras.

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Traffic, de Steven Soderbergh, filmada en 2000, aborda el narcotráfico en la frontera México-Estados Unidos en una serie de historias entrecruzadas que son a la vez crónica del presente y crítica política. Una gran producción que mereció cuatro Oscares y cuyo tema no ha sido una constante en Hollywood.

En 2003, Robert Rodriguez dirigió Érase una vez en México, secuela de Desperado (1995), donde un agente de la CIA (Joh-nny Depp) convence al Mariachi (Antonio Banderas) de desmantelar el plan de un capo de la droga para asesinar al Presidente de México.

A Bobby Z (2007), filmada por John Herzfeld, y la española Sólo quiero caminar (2008), de Agustín Díaz Yanes, siguió en 2009 El cártel, de Brian J. Bagley. En esta película, que no llegó a estrenarse en las salas de cine, un poderoso narco explica a un periodista los secretos de su negocio.

En México, lamenta el crítico de cine Rafael Aviña, los directores han tocado el narcotráfico sólo "de refilón".

En películas como La última y nos vamos (2009), de Eva López Sánchez; Los bastardos (2008), de Amat Escalante, y Así del precipicio (2006), de Teresa Suárez, está presente, pero no como el tema central.

"Hace falta una reflexión mayor, pero creo que hay una autocensura por miedo", señala. "Son necesarios cineastas de la zona que aborden el tema".

Y destaca la realización de documentales como Tijuaneados anónimos (2009), de José Luis Figueroa y Ana Paola Rodríguez, y Bajo Juárez (2006), de Alejandra Sánchez.

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José Manuel Valenzuela, investigador de El Colegio de la Frontera Norte, define la narcocultura como el papel que están jugando el narcotráfico y sus actores en la definición del sentido del mundo, de la vida y de la muerte de la población, sobre todo entre los jóvenes.

El sociólogo vaticina una presencia cada vez mayor del narco en el arte y la literatura en la medida que aporte historias e imágenes que conmuevan por su dramatismo, y se comprenda que no es una realidad aparte.

A la investigadora de la Universidad de Texas en Austin, Gabriela Polit Dueñas, quien trabaja en un análisis comparativo de la representación del narco en Culiacán, Medellín y La Paz, no le sorprende que los artistas mexicanos más reconocidos no aborden esta temática.

"Lo que me extraña es que no se consideren seriamente las propuestas estéticas de los artistas norteños —Lenin Márquez, Rosa María Robles. No es que los grandes no pinten el narco, sino que quienes han trabajado ese tema han permanecido marginados", señala.

"Sólo ahora que el narcotráfico es (además) comerciable, autores, cronistas, pintores del norte ganan visibilidad. Sólo ahora que el narco nos afecta a todos, necesitamos escuchar las voces de estos artistas, considerar su mirada sobre el fenómeno, aprender de ellos. Habría que reconsiderar los circuitos de consagración".

Para un gran sector de la población, los capos simbolizan el miedo y el deseo: el crimen y la impunidad, pero también el poder y la transgresión. En el imaginario social, el boxeo y el futbol, que antes ofrecían el sueño de una vida mejor, dice Valenzuela, han sido sustituidos por el narcotráfico.

"El narco sale del clóset", recuerda, "cuando sus redes de impunidad son tan fuertes que les permiten actuar y ostentar el poder y la riqueza".

El "narcocorridólogo" Juan Carlos Ramírez-Pimienta considera necesario investigar cómo está transformando la presencia del narco la identidad del mexicano, mientras que para Valenzuela lo concluyente es que, en el México actual, las historias que surgen del narcotráfico aportan significado, tienen sentido.

"Nos dicen mucho sobre el país que estamos construyendo".





Silvia Isabel Gámez, reportera de REFORMA

12.5.10

Agradecimientos a las Quinceañeras del Far Far West

El ritual femenino de los quince años, es un peculiar fenómeno que ha tenido un arraigo muy particular en nuestro país que aun se sigue conmemorando.
Esto no significa que las niñas estén listas para casarse, como algunos otros pensarían; pero parte del ritual es “ofrecer a la hija” y presentarla como toda una mujer que está lista para ingresar a la sociedad y pueda asistir a los eventos sociales.
Se piensa que esta celebración se realizaba desde los Mayas, ya que ellos efectuaban ritos para celebrar el paso de la niñez a la vida adulta, donde la mujer ya estaba lista para hacerse cargo de ciertas libertades y responsabilidades. En el caso con los aztecas ellos hacían una ceremonia religiosa similar en donde las madres aconsejaban a sus hijas para así adiestrarla en las labores del matrimonio. Al arribar los conquistadores españoles, le dieron a este fenómeno, una solidez, un mestizaje cambiando la actitud pagana para transformarse en una celebración católica. En realidad, la celebración en nuestros días es una adaptación que hizo el catolicismo para someter las costumbres del ritual del pueblo Azteca que, con el paso del tiempo la danza azteca de dicha ceremonia fue mejor cambiado por otra danza española hasta la llegada de los franceses que importaron su singular vals.
La quinceañera debutaba bailando, semejando ser una copia de aquellos bailes de sociedad inglesa y de la alta burguesía afrancesada que, a lo largo del siglo XIX nos lo habían así inculcado nuestros colonizadores.
El sueño de la mujer por hacer de su primera cita algo color de rosa, daba la ilusión para que así el vals ante la cadencia con el chambelán, significara el ingreso al “amor”, claro que siendo supervisada por los padres, dentro de un ritual donde la actuación y el desenvolvimiento, dieran a la señorita un paso para echar un vistazo y conocer al hombre que le bajaría la luna y las estrellas, asegurándole un futuro matrimonial.
Ante la retirada de la primera y segunda conquista, surge la era del Porfiriato donde México siguió conformando sus rituales de alcurnia dentro de sus ceremonias sociales, la tradición del vals continuó en una faceta nacionalista, junto con un inmenso pastel rosa que, simbolizaba la etapa de los sueños e ilusiones.
Al terminar la revolución, el nuevo líder ya no era el capataz, el conquistador, o el dictador, el dueño del futuro nacional ahora se proyectaba ante la democracia que imperaba; el campesino de calzón de manta y el obrero, asumía el liderazgo, readaptando así las costumbres aprendidas de sus patrones, así emergía un nuevo líder que ahora vestía europeamente de bastón y bombín.
El vals ya no era solamente tocado con orquesta ni con piano, también era interpretado al son del corrido norteño o con banda, la foto, novedad de la época, era la nueva herramienta de los burgueses postrevolucionarios, que retrataban a las damas de la sociedad, sin embargo por otro lado el que no tenía para gastar, prefería mejor que alguien dibujara a su quinceañera ya que salía mucho más barato contratar el servicio de un pintor.
En nuestros días, este fenómeno empezó a decaer por considerarse como algo, de mal gusto y anticuado, que ante el paso del tiempo le cobró una factura que, le exigía renovarse.
La alta alcurnia, impuso sus propias reglas para sus quince años, incorporando así un viaje en crucero, un regalo de auto como algo súper lujoso, acompañado de un excéntrico paseo dentro de una limosina enorme o también… ¿Por qué no? someterse a una operación quirúrgica por no aceptarse físicamente para así ocultar sus “rasgos autóctonos” que, en un arranque de ser lo que no es, intentan aparentar ser una copia mala de la muñequita “Barbie” que, entre la “buena onda” se divierten dentro de un “After Hours”.
Las Quinceañeras del Far Far West, simbolizan la proyección de esa realidad, que aparenta darnos un punto de vista distinto ante ese olvido, son lo que no son, pero aparentan ese estatus en el gusto visual.
Intentan no perder la tradición y mostrarse ante la celebración sin ningún prejuicio; algunas de mis modelos son imaginarias y otras son retratos fidedignos que nos posan cual poster “telenovelesco”, que nos relatan una historia, que protagonizan con grato sentido del humor que nos inquieta con su carga de feminidad.
Disfruto mostrar desde mi pedestal el retrato de las mujeres que trastocan la seducción el coqueteo sexoso entre fondos rosas, interactuando ante ese “mal gusto” gracioso mexicano.
Utilizo diamantina, los ojos locos como el sinónimo de lo pizpireto, la laca como el reflejo de lo bien pintado y el poliéster como el cristal que las exhibe y entre eso, las calcomanías de corazoncitos que evocan lo cursi.
Al platicar esta memoria histórica con ellas, y ante esa amnesia de lo que no se quiere comprender cómo, parte de nuestra identidad nacional, ellas quisieron mostrarse en esta serie que conformé durante los años 2009-2010.
Es importante que, el recuerdo de esta historia, quede plasmada y nos remita a lo que hemos llegado a ser como país para entendernos mas, espero que esta tradición no termine en un “colorín colorado”, deseo que este cuento histórico basado en ese ritual, siga floreciendo entre otras tradiciones, y sea una parte fundamental del rescate de nuestra cultura.

Ricardo Delgado Herbert
el pintor