19.9.13

El arte de temática narco en México "Lienzos con bala" Bernardo Gutiérrez


Así comienza el reportaje Lienzos con bala que hoy publico en La Vanguardia, Barcelona. Infelizmente, es sólo versión premium. O en quioscos o en su site de pago.




20 Cultura|
 La Vanguardia
Barcelona,  Miércoles, 28 septiembre 2011

Por BERNARDO GUTIÉRREZ

“Desde el balcón contemplo el trasiego oscuro de la ciudad. Narcos que compran ropas. Mujeres que venden dólares ilegalmente. A veces escucho tiros”. El estudio del artista Lenin Márquez, en el tercer piso de un edificio desconchado, entre las calles Juárez y Sepúlveda de Culiacán, es una atalaya perfecta. Fuera: la ciudad crujiendo la capital histórica de la cultura narco boca arriba. Dentro, lienzos a medio terminar, óleo desparramado, trastos con polvo. En el portal del edificio, una tienda de ropa falsa con unas siglas:AR-15 (rifles semiautomático popular entre los narco- traficantes). “¿Cómo no voy a incluir la temática narco en mi obra, si la veo desde mi estudio? Pinto violencia para espantar la muerte, para que no me pase a mí”, asegura Lenin con voz meditabunda.

En sus lienzos, Lenin retrata no sólo cadáveres, sino la escena del crimen. Botellas, fotógrafos, policía. Las imágenes habituales de la prensa de Culiacán, transportadas a un cuadro. En algunas, figuran provocativas modelos guiñando un ojo. En otras, como en la serie Paisajes, apenas aparecen muertos con bosques de fondo.
 ¿Por qué cadáveres? ¿Por qué hacer arte de la violencia? ¿Moda? ¿Tendencia inocua o amoral? Lenin, casi ofendido, se desvincula de la etiqueta de narcoartista. Y defiende la autenticidad de su obra. Habla de Culiacán, la ciudad que inspiró La reina del sur, de Pérez-Reverte. La urbe donde nacieron los principales cárteles de droga de México. La narco ciudad por excelencia. “Es una forma de investigar –afirma Lenin– en las causas de la violencia. Una forma de registrar una realidad. No es pose, no pinto porque esté de moda, lo hago desde hace mucho tiempo”. Su fórmula le ha reportado un creciente prestigio: ha expuesto en el festival Burning Man (EE.UU.) o en el Museo de Arte Moderno de Ciudad de México.

Muertos que son arte

Si hubiese que señalar a una artista precursora en el arte de temática narco esa es Teresa Margolles. En 1990, Margolles (Culiacán, 1963) fundó el colectivo Semefo (Servicio Médico Forense), junto a otros tres artistas. Desde entonces, la morgue se convirtió en su principal estudio creativo. Su primera muestra recopilaba vinilos con fragmentos de diarios con sucesos de asesinatos cometidos por narcos en Culiacán. Poco apoco, fue atravesando el límite de la legalidad/moralidad. Teresa usó el agua con la que se limpian los cadáveres para sus obras. En Pintura de sangre sumergió los lienzos en un charco de sangre producido tras un ajuste de cuentas. En 21 fabricó joyas con cristales y metal procedentes de tiroteos en Culiacán. A pesar de que sus obras se han expuesto en bienales como la de Venecia, Margolles prefiere no mostrar mucho la cara. Vive escondida. Recopilando material. Investigando. Cuando Cultura/s intentó entrevistarla fue imposible. “Está en algún lugar de la frontera de México. No le gusta aparecer”, aseguró Rafael Burillo, de la galería Salvador Díaz, su representante en España. ¿Qué mueve a Teresa? ¿Por qué cadáveres, sangre, muerte? Hace dos años, hizo una declaración al respecto: “Trabajo sobre cuerpos sin vida, con lo que está en decadencia, y siempre lo hago empezando con la misma pregunta: ¿Cuánto es capaz de experimentar un cadáver?”.

 ‘Bella y torcida’

 ¿Doce cabezas ensangrentadas sobre una mesa, entre fruta, un cuchillo y una pistola en un cuadro? En La última cena mexicana, Gustavo Monroy colocó su propia cabeza junto a la de sus amigos en el epicentro del debate en torno al narcoarte. El cuadro fue uno de los más polémicos de la muestra colectiva Bella y torcida, que el año pasado ocupó el Museo de Arte Moderno de Ciudad de México. La exposición incluía obras de Gustavo Monroy, del mencionado Lenin Márquez, de Omar Rodríguez Graham o de Ricardo Delgado Herbert. Bella y torcida escandalizó a críticos como Avelina Lésper, que llegó a acusar a los artistas de propagandistas de lo narco: “No es denuncia, es oportunismo, apología”. Gustavo Monroy explicó a Cultura/s que no tiene nada que ver con el narcoarte: “Pinto lo que siento. Registro mi época, el tiempo que me toca vivir. ¡Mi madre se ha salvado de dos tiroteos en la frontera! Mi obra tiene que ver con mi vivencia en la frontera y mi realidad actual”. Curiosamente, los principales artistas del narcoarte  
–etiqueta o estilo- son oriundos de ciudades flageladas por el narcotráfico y la violencia. Gustavo Monroy es natural del estado de Sonora (frontera con Arizona). Ricardo Delgado Herbert (“me considero una consecuencia de una decadencia que sucede en mi país”, afirma) nació en el estado de Tamaulipas, uno de los más violentos. Lenin Márquez y Teresa Márquez son de Sinaloa, la cuna narco. Pintan su realidad. Crean sobre ella.

 El escritor Leónidas Alfaro, autor de algunos libros de temática narco como Tierra blanca, considera la temática de la violencia algo natural: “Me parece una reacción lógica, es el tema que ahora nos tiene atrapados por sus horrendas incursiones”. ¿Qué hay de extraño en que Rosi Robles exhiba a supuestas personas acribilladas cubiertas  con mantas llenas de sangre, si esas imágenes se repiten todos los días en su ciudad, Culiacán? ¿Y porqué hay que considerar exótico que Mr. Lakra, un tatuador artista de Ciudad de México, revista de la estética de la masacre a muñecas o imágenes del mundo pijo?

Quizá sea el fotógrafo Fernando Brito, que trabaja en un diario de Culiacán, quien mejor encarne este salto de la cruda realidad al arte.
Cansado de fotografiar cadáveres, sucesos policiales, decidió cambiar el ángulo. Empezó en el 2005 a retratar cadáveres sin gente, sin policía, sin sangre. Con paisajes de fondo. Hierba. Atardeceres. Su trabajo ha cuajado en una serie, Tus pasos se perdieron en el paisaje, expuesta en la galería digital Zone Zero, un impresionante mosaico de muertes con una belleza poética conmovedora, premiada en la última edición del World Press Photo. “Trato de darle un rumbo a la opinión de la gente, causar una tristeza, un poco de conciencia al provocar melancolía por un ser humano. La violencia no es normal y ese cadáver puede ser cualquiera. Se trata de no juzgar. Todo el mundo cree que un asesinado es culpable”, matiza Fernando Brito.