Así comienza el reportaje Lienzos con bala que hoy publico en La Vanguardia, Barcelona. Infelizmente, es sólo versión premium. O en quioscos o en su site de pago.
20 Cultura|
La Vanguardia
Barcelona, Miércoles, 28 septiembre 2011
Por BERNARDO GUTIÉRREZ
“Desde el balcón contemplo el trasiego oscuro de la
ciudad. Narcos que compran ropas. Mujeres que venden dólares ilegalmente. A
veces escucho tiros”. El estudio del artista Lenin Márquez, en el tercer piso
de un edificio desconchado, entre las calles Juárez y Sepúlveda de Culiacán, es
una atalaya perfecta. Fuera: la ciudad crujiendo la capital histórica de la
cultura narco boca arriba. Dentro, lienzos a medio terminar, óleo desparramado,
trastos con polvo. En el portal del edificio, una tienda de ropa falsa con unas
siglas:AR-15 (rifles semiautomático popular entre los narco- traficantes).
“¿Cómo no voy a incluir la temática narco en mi obra, si la veo desde mi
estudio? Pinto violencia para espantar la muerte, para que no me pase a mí”,
asegura Lenin con voz meditabunda.
En sus lienzos, Lenin retrata no sólo cadáveres, sino la
escena del crimen. Botellas, fotógrafos, policía. Las imágenes habituales de la
prensa de Culiacán, transportadas a un cuadro. En algunas, figuran provocativas
modelos guiñando un ojo. En otras, como en la serie Paisajes, apenas aparecen
muertos con bosques de fondo.
¿Por qué
cadáveres? ¿Por qué hacer arte de la violencia? ¿Moda? ¿Tendencia inocua o amoral?
Lenin, casi ofendido, se desvincula de la etiqueta de narcoartista. Y defiende
la autenticidad de su obra. Habla de Culiacán, la ciudad que inspiró La reina
del sur, de Pérez-Reverte. La urbe donde nacieron los principales cárteles de
droga de México. La narco ciudad por excelencia. “Es una forma de investigar
–afirma Lenin– en las causas de la violencia. Una forma de registrar una
realidad. No es pose, no pinto porque esté de moda, lo hago desde hace mucho
tiempo”. Su fórmula le ha reportado un creciente prestigio: ha expuesto en el
festival Burning Man (EE.UU.) o en el Museo de Arte Moderno de Ciudad de
México.
Muertos que son
arte
Si hubiese que señalar a una artista precursora en el
arte de temática narco esa es Teresa Margolles. En 1990, Margolles (Culiacán,
1963) fundó el colectivo Semefo (Servicio Médico Forense), junto a otros tres
artistas. Desde entonces, la morgue se convirtió en su principal estudio
creativo. Su primera muestra recopilaba vinilos con fragmentos de diarios con
sucesos de asesinatos cometidos por narcos en Culiacán. Poco apoco, fue atravesando
el límite de la legalidad/moralidad. Teresa usó el agua con la que se limpian los
cadáveres para sus obras. En Pintura de sangre sumergió los lienzos en un
charco de sangre producido tras un ajuste de cuentas. En 21 fabricó joyas con
cristales y metal procedentes de tiroteos en Culiacán. A pesar de que sus obras
se han expuesto en bienales como la de Venecia, Margolles prefiere no mostrar
mucho la cara. Vive escondida. Recopilando material. Investigando. Cuando
Cultura/s intentó entrevistarla fue imposible. “Está en algún lugar de la
frontera de México. No le gusta aparecer”, aseguró Rafael Burillo, de la
galería Salvador Díaz, su representante en España. ¿Qué mueve a Teresa? ¿Por
qué cadáveres, sangre, muerte? Hace dos años, hizo una declaración al respecto:
“Trabajo sobre cuerpos sin vida, con lo que está en decadencia, y siempre lo
hago empezando con la misma pregunta: ¿Cuánto es capaz de experimentar un
cadáver?”.
‘Bella y torcida’
¿Doce cabezas ensangrentadas
sobre una mesa, entre fruta, un cuchillo y una pistola en un cuadro? En La
última cena mexicana, Gustavo Monroy colocó su propia cabeza junto a la de sus
amigos en el epicentro del debate en torno al narcoarte. El cuadro fue uno de
los más polémicos de la muestra colectiva Bella y torcida, que el año pasado ocupó
el Museo de Arte Moderno de Ciudad de México. La exposición incluía obras de
Gustavo Monroy, del mencionado Lenin Márquez, de Omar Rodríguez Graham o de
Ricardo Delgado Herbert. Bella y torcida escandalizó a críticos como Avelina
Lésper, que llegó a acusar a los artistas de propagandistas de lo narco: “No es
denuncia, es oportunismo, apología”. Gustavo Monroy explicó a Cultura/s que no
tiene nada que ver con el narcoarte: “Pinto lo que siento. Registro mi época,
el tiempo que me toca vivir. ¡Mi madre se ha salvado de dos tiroteos en la frontera!
Mi obra tiene que ver con mi vivencia en la frontera y mi realidad actual”.
Curiosamente, los principales artistas del narcoarte
–etiqueta o estilo- son oriundos de ciudades flageladas
por el narcotráfico y la violencia. Gustavo Monroy es natural del estado de
Sonora (frontera con Arizona). Ricardo Delgado Herbert (“me considero una consecuencia
de una decadencia que sucede en mi país”, afirma) nació en el estado de
Tamaulipas, uno de los más violentos. Lenin Márquez y Teresa Márquez son de
Sinaloa, la cuna narco. Pintan su realidad. Crean sobre ella.
El escritor
Leónidas Alfaro, autor de algunos libros de temática narco como Tierra blanca,
considera la temática de la violencia algo natural: “Me parece una reacción
lógica, es el tema que ahora nos tiene atrapados por sus horrendas incursiones”.
¿Qué hay de extraño en que Rosi Robles exhiba a supuestas personas acribilladas
cubiertas con mantas llenas de sangre,
si esas imágenes se repiten todos los días en su ciudad, Culiacán? ¿Y porqué
hay que considerar exótico que Mr. Lakra, un tatuador artista de Ciudad de México,
revista de la estética de la masacre a muñecas o imágenes del mundo pijo?
Quizá sea el fotógrafo Fernando Brito, que trabaja en un
diario de Culiacán, quien mejor encarne este salto de la cruda realidad al arte.
Cansado de fotografiar cadáveres, sucesos policiales, decidió
cambiar el ángulo. Empezó en el 2005 a retratar cadáveres sin gente, sin policía,
sin sangre. Con paisajes de fondo. Hierba. Atardeceres. Su trabajo ha cuajado
en una serie, Tus pasos se perdieron en el paisaje, expuesta en la galería digital
Zone Zero, un impresionante mosaico de muertes con una belleza poética
conmovedora, premiada en la última edición del World Press Photo. “Trato de
darle un rumbo a la opinión de la gente, causar una tristeza, un poco de conciencia
al provocar melancolía por un ser humano. La violencia no es normal y ese cadáver
puede ser cualquiera. Se trata de no juzgar. Todo el mundo cree que un
asesinado es culpable”, matiza Fernando Brito.