5.4.09

Andrés de Luna EN LA ERA DE LA NARCOCULTURA *Texto de la exposición “El cuerpo del delito”


Un fantasma recorre el mundo y, México, para ser precisos: la cultura del narco. Los periódicos han tenido noticias de primera plana en torno a decapitados, ejecuciones múltiples, fosas repletas de cadáveres de quienes de una u otra forma tuvieron nexos con este negocio millonario. La política está salpicada de sangre. Jefes policíacos honestos y corruptos, venganzas por traiciones, ajustes de cuenta brutales, ráfagas de ametralladora que hacen añicos los cristales de automóviles y camionetas; casa de seguridad en donde las armas, los dólares y los sicarios son la única realidad de las cosas. El país se marchita ante la inutilidad de un combate perdido antes de que se libre.
Algo que nace al calor de semejantes violencias es la narcocultura. Ahí están los que veneran al santo Malverde, presencia beatífica de los rumbos sinaloenses; también está la escritura de Élmer Mendoza, uno de los grandes escritores del país, y consejero en jefe del español Pérez Reverte durante la creación de “La reina del Sur”; otra evidencia es la multiplicación de los narcocorridos que andaban regados hasta en libros para la educación primaria. Un convocado en esa asignatura es el pintor tamaulipeco Ricardo Delgado.
En sus cuadros está la figura de la ironía, de la caricatura que revela mucho de ese entorno lamentable. Tanto en “Arte hueco: Ranger time” o en “De la A a los Zetas”, Delgado emplea diamantina para completar sus obras, el brillo es parte de una cultura que gusta de cuernos de chivo decorados con oro y piedras preciosas, de fiestas de enorme relumbrón, de automóviles blindados y de las mejores marcas del mercado. Muchos de los narcos son hombres y mujeres que nacieron al margen de una educación formal y que se hicieron millonarios sobre la marcha, en ese terreno asfixiante y peligroso que significa el comercio de drogas. Sus costumbres están a la vista y sus maneras, un tanto carentes de refinamiento, son parte de los aconteceres cotidianos. Unos asesinan a otros y estos a su vez cobran venganza y matan a unos cuantos más. La lista es inacabable y lo que antes era un fenómeno del norte ahora ocurre en muchos estados del país. Nadie detiene una avalancha que tuvo un inicio pero que carece de final. Algunos artistas han tratado de expresar con sus obras los deterioros de lo que puede llamarse narcocultura, lo único que hacen es encontrar un medio para anotar algo que existe y que es indudable su presencia. Los hipócritas invierten el proceso y creen que esos pintores, escritores o músicos son los causantes de los males al país, cuando en realidad la podredumbre está en otro lado y sus manifestaciones tienen la contundencia de la batalla homicida. Delgado ha padecido la censura por el tratamiento de un tema duro. Mendoza maneja con virtuosismo las palabras y sus libros son un referente obligado para descifrar la narcocultura. Ellos son artistas, personajes exentos de culpa, el problema real está en esos vínculos sórdidos en el poder y los narcos; el nudo está cada vez más cerrado y sus consecuencias son visibles.






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