31.7.13

Revista Faro de oriente 09 - Antología plástica de un México baleado ¿El narco devorando a la cultura?






Antología plástica de un México baleado
¿El  narco  devorando  a  la  cultura?
TXT: Wilfrido Espinosa Álvarez IMG: Cortesía Imuris Ramos


http://conexionrock.mx/bitacora/b15web.pdf



En diciembre de 2006, Felipe Calderón Hinojosa llegó a la Presidencia de la República Mexicana en una de las elecciones más cuestionadas y controvertidas en la historia reciente del país. De acuerdo con varios líderes de opinión y distintos medios de comunicación masiva, desde su arribo a Los Pinos, Calderón buscó imprimir de legitimidad a su gobierno —por muchos denominado como espurio, fraudulento, e ilegal— mediante una campaña de combate al narcotráfico y al crimen organizado, que al cierre de su sexenio ha cobrado casi cien mil vidas en todo el país.

Pero los mexicanos hemos sido testigos de un incremento considerable en la circulación de imágenes relacionadas con el narcotráfico y el crimen organizado. En todos los ámbitos, en todos los tonos —sarcástico, paródico, de duelo—, las imágenes se han sucedido vertiginosamente dentro y fuera del país en casi todos los soportes mediáticos: revistas, periódicos, panfletos, volantes, video, cine, televisión, Internet y redes sociales.

Resultado de toda esta vorágine de violencia e imágenes, los artistas plásticos no han permanecido indiferentes; durante los últimos años han aparecido en la escena pública varias piezas relacionadas con el tema. Por ejemplo, el año 2007, la artista Rosa María Barajas presentó en Culiacán, Sinaloa, en el marco de la exposición Navajas, la instalación denominada Alfombra roja. Pieza en la que utilizó cobijas y mantas teñidas con la sangre de las víctimas de sicarios para hacer una fuerte crítica y un contundente cuestionamiento social.

Otro ejemplo es la obra del pintor zacatecano Imuris Aram Ramos, que en marzo de 2010 presentó, en la sala de la Ciudadela del Arte de Zacatecas, la exposición denominada Representación analítica de una identidad colectiva, muestra la violencia y el crimen organizado y su impacto social, exhibe tiroteos, cuernos de chivo; obispos, sicarios, policías, mujeres y niños en escenas relacionadas con el narcotráfico.

Ejemplo adicional, y ya emblemático por su presencia en medios, es la pieza del artista Gustavo Monroy, La Última Cena Mexicana. Neobodegón al óleo de gran formato que presenta trece cabezas recién cercenadas (Monroy y doce amigos) sobre una mesa con mantel blanco, reflejo de la violencia que nos desborda, y que se exhibió en el Museo de Arte Moderno en marzo de 2010, en el marco de la muestra Terca & Bella: nueve argumentos sobre la pintura. De acuerdo con un testimonio de Monroy recuperado del periódico La Jornada, la pieza “Pretende ser una metáfora de nuestro tiempo, una crónica de los días amargos y violentos que se viven en el país”.

“Ejecutados, decapitados, torturados, secuestrados...las referencias al infierno que atizó la guerra de Felipe Calderón contra el narcotráfico son una constante en las 47 obras de la muestra titula (No) Culpable, una de las exposiciones más provocativas que hayan tenido lugar en Holanda con la violencia mexicana como tema”, publicó la revista Proceso en su entrega del 10 de octubre de 2010 en relación con el trabajo pictórico que la artista mexicana radicada en Holanda, Marisa Polin, presentó en ese país entre septiembre y octubre de 2010 en el centro cultural World Art Delft (Wad).

“Una típica pistola de sicario con la imagen de una virgen incrustada en la cacha (Bendita); un sujeto atado de manos que parece recién arrojado de un automóvil en marcha (Yo no fui); un militar que arresta a un posible narcotraficante que intenta ocultar su identidad (Los Carnales)”, son, entre otras, algunas de las piezas que Polín ofrece en esta muestra pictórica.

De acuerdo con el sitio web de la localidad de Delf, “En su serie (No) Culpable, Polín se refiere a la forma en que en México el crimen es presentado en los periódicos. Hay criminales que son sentenciados antes de que sean juzgados y crímenes que son puestos en escena como si se tratara de una obra de teatro. Marisa busca el corazón del crimen y cómo lo interpretan los actores, culpables o no”.

Los ejemplos hasta aquí enunciados, además de ilustrativos, recuperan el ánimo actual de muchos artistas mexicanos ante la escala de violencia que impera en el país, así como una pieza que el escritor Juan Villoro utilizó para titular su crónica La alfombra roja. El imperio del narcoterrorismo, publicada el 1 de febrero de 2009 en el periódico de Catalunya, y que le valió el Premio Internacional de Periodismo Rey de España en el apartado Iberoamericano el año 2010.

En dicho ensayo, Villoro, afirma que existe una “nueva simbología dominante” en México (“En esta guerra incruenta contra el narcotráfico —sostiene; el Estado mexicano no sólo está perdiendo en el terreno judicial y militar, sino también está fracasando en la batalla cultural”), y enumera algunos ejemplos para sustentar su afirmación: en lo concerniente a música, cita los narcocorridos y los shows de grupos y cantantes en fiestas de capos; en la literatura, las novelas de Javier Pérez Reverte y Elmer Mendoza; en el cine, las películas de El crimen del padre Amaro, Amar a morir, Rudo y Cursi y Tráfico; en la religión, menciona a Malverde, la Santa Muerte y las narcolimosnas, como nuevos símbolos, y en las artes plásticas, la ya citada obra de Rosa María Barajas.

Sin embargo, una vez analizado el argumento central de la crónica de Villoro, cabe cuestionarse si, efectivamente, como señala el periodista, en el campo de la plástica mexicana actual —y en el país— se está configurando una nueva “simbología dominante” frente a la gramática del espanto manifiesta a partir de la guerra contra el narcotráfico, o es ésta sólo una afirmación sin el suficiente sustento, como sucede comúnmente en el periodismo. Pues, si bien es cierto —como señala el escritor— en años recientes ha habido un incremento considerable en las imágenes y piezas artísticas relacionadas con el narco, ello no implica y/o significa que estemos asistiendo a una nueva simbología dominante, pues estos temas (el narco y el crimen organizado) desde hace décadas han estado presentes en la cultura iconográfica nacional (y en el arte).

De acuerdo con un artículo de Eva Sáiz, colaboradora del periódico El País, denominado Narcoarte: la evidencia de un mal a punta de brochazos, y que apareció publicado el 28 de agosto de 2010, efectivamente, hoy en día el campo del arte mexicano está infestado de imágenes y obras relacionadas con la violencia y el narcotráfico, que muchos periodistas se han empeñado en denominar narcoarte; sin embargo, muchas de estas piezas, son obras de artistas que desde hace años venían realizando ese tipo de prácticas; es decir, no se trata de un rasgo nuevo en la cultura nacional ni en el arte, ya que desde principios del siglo XX —con los muralistas y luego con las escuelas al aire libre, por ejemplo— las artistas siempre han buscado cuestionar, encarar e incidir en la convulsionada realidad económica, político y social mexicana.

En ese sentido, los temas de violencia, narcotráfico y crimen organizado de la obra plástica actual son sólo reflejo de una coyuntura socio-histórica más del país, pero no por ello podemos asumir que exista un narcoarte mexicano y que estemos asistiendo a una reconfiguración simbólica, expresó; y cita algunos creadores que —desde antes de la declaratoria de guerra de Felipe Calderón contra el narco—, venían trabajando esos temas, como son Teresa Margolles, Ricardo Delgado Herbert y Emiliano Gironella.

Como señala Eva Sáiz, Teresa Margolles es una artista que desde principios de los noventas —con el colectivo SEMEFO— se caracterizó por trabajar el arte funerario y necrófilo, por ello, no ha quedado exenta de hacer algún comentario:
En 2004, —dos años antes de la declaratoria de guerra contra el narco por Felipe Calderón—, Margolles realizó una intervención en el marco de la exposición Narcochic/ Narcochoc, en el museo de Artes Modestes de Sètes (al sureste de Francia). La pieza consistió en presentar una serie de tarjetas para cortar cocaína con representaciones de cadáveres muertos por sobredosis. Un trabajo que ponía sobre la mesa el tema del narco y las posibles consecuencias del uso indiscriminado de drogas.

De creación más reciente es Frontera, exposición que Margolles presentó en el Museo de Bolzaibo en agosto de 2011, y que muestra los muros que la artista reconstruyó — piedra por piedra—, y que fueron testigos de ejecuciones ligadas al narco.

Ricardo Delgado Herbert, creador del denominado “arte huerco”, quien desde mediados de los noventa trabaja la temática del narco, es otro ejemplo que Sáiz cita para evidenciar que, previo a la declaratoria de guerra de Calderón, en México ya había artistas interesados en el tema. Herbert, apunta, se graduó en 1996 en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado con la tesis “La manifestación huercoartística del pintor tamaulipeco”, al que le siguió su trabajo de posgrado, “La narcocultura y su valor estético”.

El último, y más reciente ejemplo al que recurre la periodista es la exposición México al filo, de Emiliano Gironella, inaugurada en enero de 2011 en la Universidad Iberoamericana de la capital mexicana, y donde el artista aborda “la crueldad del narcotráfico”: decapitados, manos empuñando pistolas y cabezas inhalando cocaína son algunas de las imágenes que el autor recrea. “México es un país sin cabeza”, afirma el artista en una nota de Informe 21; a lo que agrega: “por ello, me interesa hacer los decapitados porque es la expresión más fuerte de la violencia del narcotráfico. Cuando alguien decapita el mensaje es ‘te capito’, así como puede decapitar a otros cárteles, a las instituciones o al país”
En el ámbito cuantitativo, bien se podría continuar con una extensa lista de autores y piezas que en los últimos años han aparecido en la escena artística mexicana, para demostrar que asistimos a una nueva simbología dominante en el país. Sin embargo, una simple antología de autores y piezas es insuficiente para sostener tal argumento, y mucho menos para comprender las causas que han originado dicho fenómeno en México. Sin embargo, es importante resaltar que estos hallazgos posibilitan la problematización de un fenómeno sociocultural y económico que hoy en día se gesta en el país, y que resulta fundamental y urgente repensar; los mexicanos tenemos esa asignatura pendiente, y no la podemos aplazar.

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